Hay dos cosas que obsesionan a Colin Singleton: los anagramas y las Katherines. Lo primero se explica porque es un niño prodigio. De hecho, a sus dieciocho años, sueña con llegar a ser un genio, tener su y pasar a la historia como tantísimos otros descubridores e investigadores antes que él. Ser recordado. Lo segundo es sencillamente porque le gustan las Katherines. No las Katies, ni las Kats, Kitties, Cathys, Rynns, Trinas, Kays, Kates y mucho menos las Catherines. No. KATHERINES. Pero cuando por fin parecía haber encontrado a la definitiva, Katherine XIX cortó con él, como todas las demás.